viernes, junio 22, 2007

OPINION // A mi amigo El Enmascarado

En una profesión donde todos somos expertos en generalidades y formamos un vasto océano de diez centímetros de profundidad, El Enmascarado resultaba exótico y admirable. Se lo recuerda mal pero fue uno de los grandes periodistas de esta gacetilla. El Enmascarado parecía haber leído toda la biblioteca universal y hablaba diversos idiomas, pero prefería el estaño a la academia y largas veladas de whisky y citas filosóficas en cafetines de cuarta a cualquier fiesta de vanidades de cualquier empresa.
Lo conocí en su casa de Barracas y mientras nos comíamos unas milanesas acompañadas de vino me dio varias lecciones de literatura y de supervivencia. Hacia del periodismo un arte mayor y no se preocupaba ni por la inmortalidad de su nombre ni por la suma de su cuenta bancaria, es un bohemio lucido y necesario, no soñaba con la fama solo quería parar la olla y hacer con arte este oficio maldito. No será perfecto pero es escritor, tiene agallas, talento y la humildad de los que saben que no saben. Es paradójico: sabe mucho más que nosotros pero no opinaba de todo como hacemos con irregular suerte, los que opinan siempre son “todologos”, próceres mediáticos, salvadores de la patria, predicadores de cualquier cosa, es decir, predicadores de la nada. Viene ahora la advertencia de rigor, esta profesión tenia antes y tiene ahora la misma cantidad de canallas y mediocres. Muchos opinologos resultaron mitómanos incurables y ahora se preocupan por ser nobles, rigurosos y por cuidar el sustantivo y el verbo a pesar del enorme vacío de la nota. Pero haciendo estas salvedades, cuanta modestia y cuanto conocimiento y cuanto autocrítica debemos cruzar todavía y que cruel hacerlo bajo este imperio del maltrato. Pero lo cortes no quita lo valiente. El periodismo es necesario para la democracia y el periodista debe ser defendido, pero también debe revisar permanentemente sus pecados con el simple propósito de enmendarse, de aprender y de no volver a cometerlos. Asumiendo que quizás, al final de todo, el peor de los pecados no sea, como decía Borges, la desdicha sino la mediocridad.

Para El Ladillón.
Santos Biasatti