miércoles, enero 09, 2008

LECTURA // Garrón

La secuencia es que jamás le meto llave a la puerta de mi cuarto. Llamalo como te chifle lo globine: costumbre, julepe, pero yo no la cierro mierda - carajo. La cierro algunas veces, si viene mi novia, por ejemplo, ahí le meto hasta candado, pero creo que ustedes en ese caso sabrán comprender el porque.

Yo laburaba para un tipo, llamémoslo Peter para preservar su identidad. Peter me contrataba freelance. Con Peter yo estaba tranca, laburaba a lo sumo un par de horas. Un día, como cualquier otro, compramos gilada, 25 pesos per capita. Eran 25 pesos altamente generosos y sospechosamente abundantes. Claro que la calidad no era de la mejor del mercado, aunque pegaba cual brownie loco, pero piola. Era como un Pujo, un tipo que no hacen goles, pero meten, corren y pegan un par de gritos en el medio. Días antes había comprado un diego con un amiguito, y eso sí que era alegría, por lo que el 25 de Peter lo metí con carpa en mi habitación, en mi infalible escondite y/o cueva. Y ahí durmió tranquilito, hasta que un bendito día...

Había pasado dos mes y una empresa grande me contrata. Una empresa grosa, con cuentas grosas, con pila de laburo y banda de presión. Mi carrera estaba en juego todos los fucking días, pegándole al laburete más de diez horas. A eso súmenle que los primeros meses como en cualquier lado tenés que estar pila pila, acentuarte y quedar bien parado, quedarte un par de horitas todas las veces que puedas, etc. En fin, yo no salía a ningún lado: cero cantinas, cero partuzas, cero namis. Trabajo y más trabajo.

Llego a mi morada un lindo jueves, filtrado, liquidado. Presionado, porque tenía una parva de cosas pendientes para el otro día. Entro a mi habitación y veo que mi vieja metió mano. Entre otras cosas, movió la mochila. Gracias a Dió y Gilda que no tiene idea lo que hay adentro. Pido!, me perseguí: por si las moscas cambio mi escondite infalible. “Oia!, pero mirá papá quién apareció por acá...” unos hermoso 25 pesitos que me están agitando para ver a Los Simpsons.

Cierro la puerta. ¿Llave? Y por las dudas. Con delicadeza me armo un amiguito, son las ocho y chirolas. Abro la ventana de la guarida, meto ventilador de techo para que juegue Sandro Ventoso. Mando buzo en el piso, al pie de la puerta, para que no se cuele la baranda del otro lado. El amiguito empieza a ranchear tranquilo en el living de mi cerebro. Ocho treinta, hora de ver Los Simpsons en Fox. Las primeras risas permiten que las presiones de mi nuevo laburo posesivo se desvanezcan. Incluso hasta logró borrar la cara de mi jefe de mi memoria RAM, la cual es remplazada por el alcalde Diamante diciendo “vote por mi”. Pero tocan la puerta. “¿Lea, venís a comer?” me dice mi vieja. Voy al espejo: mis ojos están recatados, yo estoy bien. Juez Safaroni porque estos 25 pesitos no delatan mi locura. Trabajan con mesura, pero no te ponen de la gorra. Abro la puerta, voy a la cocina y cenamos con mis viejos y mi hermana menor, hablando de nuestros respectivos días en un clima agradable. Somos la familia Ingalls, y mi mami se pone contenta porque le entro al diente como Saulo después de ayunar 15 días.

Miercoles de la otra semana. La presión sigue en pie, en el trabajo me está yendo de diez. Llego a casa, son las ocho y veinticinco. Entro en mi habitación, meto llave y a los diez minutos estoy pensando “uh! qué loco, este encendedor es del mismo azul que el pantalón de Homero”. Jueves de la semana siguiente. Llego a casa, le mando llave a la puerta de mi cuarto y hago mi “Llamarada Moe”. Viernes de la otra semana… Lunes y miercoles de la semana siguiente. Jueves de la semana después. Y así tiramos… algunos días sí, otros no. Aunque con bastante regularidad, logro el equilibrio justo de todo yuppie.

Pasa un mes y medio, dos ponele por la dudas. En la empresa todo está Joya Disco, pero no va que un día me vuelve a llamar Peter. Con un laburo viejo mío, se quedó con una cuenta grande. Está abriendo su pequeña PYME y me quiere como su mano derecha. La amistad, el barrio y la murga son más fuertes. Chau a mi trabajo y vuelvo a las andadas con Peter.

A esta altura los 25 pesitos ya eran un recuerdo hecho humo. Voy a la casa de Peter esa misma noche, y le pido un palito de la selva para convidar con la vagancia. “Fijate donde están las galletitas ” –me dice y manoteo como para un finito y me vuelvo para mi rancho.

Ocho y diez, miro fijamente la puerta de mi cuarto y secuencio un “ciérrate sésamo”. Me armo uno con filtro de cartulina y todo. Joya nunca taxi. Tranca, le doy un par de saques y hago zapping, esperando a la familia de Springfield. Pero a los cinco minutos ya no distingo las imagenes. Este canelón es de verdad – verdad, nada que ver con los otros. Este es crá!. No es joda, juega de centrojá y mete cuatro pepas por partido. Es Romario en el Barcelona.

Empiezan Los Simpsons y yo estoy del bonete mal. Ya con la intro, nomás, flasheo cualquier gilada. El primer chiste despierta en mí sonidos de risotadas que desconocía por completo. Toca la puerta mi vieja y escucho el famoso “¿Venís a comer?” a lo que respondo que sí, como puedo. Me levanto de la cama y trato de caminar por la habitación, pero me choco con todo lo que hay. Estoy demasiado de la gorra para pilotear cualquier encuentro con una persona de la casa. Ring! suena el timbre. Llegó mi viejo. Toc –Toc, una vez más mi mamá le da a la puerta y grita “¿y?, ¿venís a comer o no, che?” y yo contraataco con un “sí, má, perá, ya voy”. Me miro al espejo: mis ojos son un calco de los fuegos artificiales de Epcot Center. Así no puedo ir a ningun lado, menos sentarme en la mesa con mis papis. Porque, ponele que me piden que les pase la ensalada, estoy al horno con papas, batatas y cebollita. Como diría Largui, estoy frito.

Abro la puerta, despacito, muy despacito, no queda nadie en este sector de la casa. Paso como puedo al baño, encuentro las gotitas para los ojos y le mando triple dosis en cada pupila en órbita. Vuelvo al cuarto. Me invade la paranoia, me empiezo a perseguir. Me trago una silla y trato de ver algo de tele a ver si un toque se me pasa. Nada de nada. Vuelvo al espejito y es peor. ¿Mis ojos? El Sambódromo con Romario haciendo jueguito con la cabeza en una carroza.

Huyamos. Perdamos una batalla y no la guerra. Salgo de mi cuarto y voy hasta el pasillo que divide los cuartos del living y la cocina. Desde ahí la cocina no se ve, tampoco me ven. Mando el famoso y ponderado “psss psss” y llamo a mi hermanita tres veces, hasta que se levanta de la mesa y hasta donde estoy yo.

- ¿Qué querés?
- Eeeh… mirá, creo que no voy a comer al final. Decile a mamá que me siento mal, que me voy a la cama.

Mi hermana prende la luz del pasillo.

- Boludo estás re-fumado.
- ¿Eh?
- Que estas fumado mal.
- Naaahhh, nada que ver.
- Sí, estás re fumado, se te nota de aca a la China.
- ¿Eh? ¿por los ojos lo decis? Noooo, es la compu seguro. ¿Qué… tengo muy irritado? (intento hacerme el dolobu al 500 pero no lo consigo) Un toque me pican… ¿los tengo muy colorados posta?

Aclaración: mi hermana no es ninguna boluda, pero no le quiero decir la verdad de la milanga porque la obligaría a mentir delante de mis padres. Prefiero que vaya de una convencida y les diga lo que ella cree que es la verdad. Pero mi hermana estudia arqueología en La Plata, así que imagínense lo que le cabe investigar.

- Ay, Lea, estás re-fumado mal. Decime, soy tu hermana. A mí decime la verdad.
- No, en serio, te juro, nada que ver.
- No jures nada.
- No, pero, pará, en serio, nada que ver.
- Boludo decime la verdad de una a mí. ¿O vos te creés que no sé lo que hacés cuando te encerrás?
- Bueno, ta bien. Te digo la verdad, estoy fumado, ok, esa es la verdad. ¿contentá?, Eso sí nada a mamá porque si se llega a enterar te tiro por la ventana de una.
- Lea no te preocupes. Mamá, cuando te encerrás, piensa que te haces la paja.

En este instante, si fuese un dibujito animado mi mandibula se estrolaría de una contra el piso. Apenas puedo hablar.

- ¿Eh?
- Sí, eso. Mamá a veces cuando estamos viendo tele en su cuarto y vos te encerrás me pregunta si vos te encerrás porque te estás haciendo la paja.
- Y... ¿y vos que le dijiste?
- ¿Y qué le voy a decir?, ¿que fumás porro?

De ahí en adelante nunca mas me prendí un faso en la habitación ni cerré la puerta.

Leandro Sambrini
para el Ladillón